lunes, mayo 30, 2005

TIEMPO DE VOLVER

Zach Braff tiene un don, y no es sólo que haya escrito y dirigido su opera prima rompiendo el molde de un actor conocido por sus roles en TV (Scrubs): su don es que lo hizo bien.
La base narrativa de Garden State sobrevuela la mediocridad pequeño burguesa del sueño americano, con familias disfuncionales,jóvenes alienados y un contexto personal complejo. Litio y drogas para evitar recordar, para hacer más llevadera la vida real, la que duele, en la que la armadura no protege y no importa si eres policía, vendedor, sepulturero, millonario por casualidad, te acuestas con la mamá de tus amigos o te drogas hasta perder el conocimiento: todo duele igual. Y mucho.
Braff parece meterse en el formato de la comedia romántica, pero la dinamita desde adentro, poblando la trama de freaks y hermosos perdedores.
Garden State es una película rara, con una mirada propia y un humor inteligente. Zach actúa como si fuera Buster Keaton pasado de Prozac. Y todo está muy bien.
Es más, esta película tiene uno de los mejores gags cuando el joven Andrew lleva la camisa con el mismo estampado de la cortina del baño, un baño redecorado antes de la muerte accidental de su madre cuadrapléjica en la bañera.
El film de Zach Braff es una de esas pequeñas perlitas y su encanto poco tiene que ver con la originalidad, de hecho su argumento encaja perfectamente en los estereotipos del llamado cine independiente norteamericano: al morir su madre, el joven Andrew (interpretado por el propio Braff) vuelve a su ciudad natal, después de estar en un internado para niños con problemas y de irse a probar suerte como actor en Los Angeles. Allí se reencontrará con su padre, con quien tiene una relación distante, y con varios amigos que han tenido rumbos distintos. Ese retorno y su encuentro con diferentes personajes es lo que lleva a Andrew al intento de abandonar la medicación que ha tomado casi toda su vida, lo cual lo mantiene en un estado de letargo, adormecimiento e inercia.
El film toma vuelo definitivo cuando hace su aparición Sam, una divertida y radiante joven interpretada por Natalie Portman. Al completarse la dupla protagónica, la segunda mitad del film deja un poco de lado la necesidad de contar algo, para simplemente mostrar la belleza de los pequeños momentos compartidos y jugar con esos momentos sin necesidad de decir grandes cosas. La escena del abismo, el entierro del hamster, el encuentro con lo diferente (un hermano de la joven que viene de una tribu de África), las escenas en la mansión minimalista del joven inventor del velcro silencioso.
Lamentablemente el final se torna un poco más convencional al intentar cerrar puntas argumentales que no habían sido profundamente desarrolladas (como la relación de Andrew con su padre)y al querer cerrar la historia con el típico happy end de las películas norteamericanas. Esto es quizás lo único que le quita algo de brillo. Sin embargo, se trata de una película inteligente y bella que muestra a personajes que apuestan a la mediocridad de lo seguro y de aquellos que no renuncian a sus sueños.