domingo, julio 31, 2005

Calle Corrientes

El espíritu de la calle Corrientes no cambiará con el ensanche. Es inútil, no es con un ensanche que se cambia o se puede cambiar el espíritu de una calle. A menos que la gente crea que las calles no tienen espíritu, personalidad, idiosincrasia. Y para demostrarlo, vamos a recurrir a la calle Corrientes.

La calle Corrientes tiene una serie de aspectos lo más opuestos y que no se justifica en una calle.

Así, desde Río de Janeiro a Medrano, crece su primer aspecto. Es la calle de las queserías, los depósitos de cafeína y las fábricas de molinos. Es curiosísimo. En un trecho de diez cuadras se cuentan numerosas fábricas de aparatos de viento. ¿Qué es lo que ha conducido a los industriales a instalarse allí? ¡Vaya a saberlo! Después vienen las fundiciones de bronce, también en abundancia alarmante.

De Medrano a Puerredón la calle ya pierde personalidad. Se disuelve, están en los innumerables comercios que la ornamentan con sus entoldados. Se convierte en una calle vulgar, sin características. Es el triunfo de la pobretería, del comercio al por menor, cuidado por la esposa, la abuela o la suegra, mientras el hombre trota calles buscándose la vida.

De Pueyrredón a Callao ocurre un milagro. La calle se transfigura. Se manifiesta con toda su personalidad. La pone de relieve.

En ese tramo triunfa el comercio de paños y tejidos. Son turcos o israelitas. Parece un trozo del ghetto. Es la apoteosis de Israel, de Israel con toda su actividad exótica. Allí se encuentra el teatro judío. El café judío. El restaurante judío. La sinagoga. La asociación de Joikin. El Banco Israelita. Allí, en un espacio de doce o quince cuadras el judío ha levantado su vida auténtica.

[…] La verdadera calle Corrientes comienza para nosotros en Callao y termina en Esmeralda. Es el cogollo porteño, el corazón de la urbe. La verdadera calle. La calle en la que sueñan los porteños que se encuentran en provincias. La calle que arranca un suspiro en los desterrados de la ciudad. La calle que se quiere, que se quiere de verdad. La calle que es linda de recorrer de punta a punta porque es calle de vagancia, de atorrantismo, de olvido, de alegría, de placer. La calle que con su nombre hace lindo el comienzo de ese tango: Corrientes…tres, cuatro ocho.

Tomado de Roberto Arlt, «El espíritu de la calle Corrientes… », en Aguafuertes,
1.ª edición, Buenos Aires, Losada, 1998, vol. II, págs. 169-170